Al ir haciéndonos mayores, el pecado se hace más fuerte. El pecado con el que jugueteábamos se apropia de nosotros, de la misma forma que la bebida se apropia de un alcohólico. A veces queremos vivir una vida mejor, pero descubrimos que no tenemos elección ni el poder para conseguirla. El pecado es ahora nuestro dueño. Los hijos nacidos de esclavos se daban cuenta con horror de que ellos seguirían los pasos de sus padres. Y así será en nuestro caso, porque todos hemos nacido pecadores. (3) Sin libertad.
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